Tuesday, February 22, 2005

 

Pereza

Es de vital importancia trasladarme retrospectivamente en mis reflexiones para aclarar ciertos aspectos de mi yo actual.
- Nací un Lunes a las 2 de la tarde (Quizás, pienso en este momento, este pequeño detalle se involucre estrechamente con mi necesidad casi natural de asesinar dicho día. Calculo debe ser algo así cómo el instinto de supervivencia que tienen los animales cuando nacen. Cómo cuando el cachorro arriesga ganar un lugar en el pecho de la madre a pesar de que dicho accionar desemboque directamente en la muerte de su hermano. Sencillamente un lazo instintivo que todavía mantengo). A los 10 meses de embarazo, dejé que mi mamá terminara de almorzar, tomara sus cosas y lentamente se dirija al sanatorio. Salí en un suspiro y sin llorar, cómo si todavía estuviera dormido. El médico, en un primer momento, pensó que estaba muerto... después de 30 años, al verme, muchos de ellos todavía piensan lo mismo.*
- Amé al chupete más que a mi vida. Instigado por mis padres, que no soportaron mi adicción, fui a visitar a Carlitos Balá. A la semana de un lloriqueo masivo, cual sindicalista conseguí mi objetivo... chupete nuevo. “Dejalo...ya lo va a dejar solo”, explicó un comprensivo padre, “solo...claro, cómo no lo voy a dejar”, pensé y ante la atónita mirada de mis dos progenitores balbuceé en un impreciso castellano “ma...pa...mirá”, al tiempo que lanzaba mi apegado amor a la basura. Luego de temblar abstinente durante dos días en mi cuna y jurando y perjurando nunca más volver a hacer una locura semejante, sentencié revolver en la escoria hogareña. Obviamente no lo encontré, y esta vez no hubo presión sindical que hiciera claudicar los intereses empresariales de mis viejos. Ese día comprendí algo muy importante, que las decisiones propias muchas veces son jodidas y definitivas. Hoy, entiendo que a lo largo de mi vida muchas veces tiré cosas a la basura...pero cómo dice Calamaro, siempre “vuelvo y revuelvo”. Es esa facultad infinita que poseo para añorar y sufrir la nostalgia.
- A la edad de 8 o 9 años, no recuerdo bien, tropecé con una inapelable verdad social. No podía seguir con el biberón. Mi madre, llegado el momento, tuvo que cortar el pico de goma, engrosándolo de tal manera que pudiera salir el liquido necesario y satisfactorio requerido por una boca de bebé entrado a niño. El orificio normal se había resuelto angosto para semejante ser. Recuerdo pintorescas anécdotas vergonzosas referidas al tema. Por ejemplo, era muy común que me invitaran a tomar la leche a lo de un amigo y que el objetivo final de dicha cita no se cumpliera. Nunca tomaba la leche. Madres indignadas consultaban a mi casa el porqué de mi negativa, “No...es que todavía toma en mamadera”, disparaban imprudentemente mis tutores carnales, incapaces de vislumbrar el bochorno que eso me generaba, “ah...mmm, creo que tengo alguna mamadera perdida por ahí...quiere que le ponga la leche adentro?”, “...noooo, no se preocupe...el tiene acá la de Bambi y no toma en otra que no sea esta”. Incalificable.
- En una época tuve cuatro lindos dientes delanteros de leche. Las dos paletas superiores e inferiores. El problema era que desvergonzadamente los definitivos habían crecido detrás. Duros cómo rocas, los lecheros no tenían en sus planes viajar con los ratones en mucho tiempo, y yo lo sufría espantosamente. Chicos y chicas maliciosamente me llamaban “Drácula”, mote que sin embargo me valió el don de ser un tipo misterioso. Esto, excluyendo todo el misterio que puede encapotar un nene de 11 años. Un día mi abuela polaca sorprendida exclamó en imperfecto idish-polaco-alemán-español-árabe-sirio, “Este chico no puede tener esa boca!”, y me llevó al dentista engañado en una “simple consulta”. Me sacaron los cuatro dientes a la vez, y con los dedos mentolados, el dentista corrió con fuerza hacia delante los definitivos. No pude pronunciar palabra en una semana. Poco me importó, ya no hablaba mucho y de esta forma por lo menos tenía una excusa.
- Por mi parte, lo llamo “el arte de abandonar”. Cuando el único psicólogo que consulté alguna vez dictaminó “maníaco depresivo con frecuente ciclotimia manifiesta”, olvidó agregar también, “...y tendencias abandónicas”. Abandonar lo considero uno de mis fuertes. He abandonado estudios, deportes, hobbies, trabajos, amores, desamores, muebles, comidas, tradiciones, adicciones, Iglesias, Templos, amigos y amigas. En muchos casos, he llegado a abandonarme hasta a mi mismo. Uno de mis abandonos que más risueñamente visita mi memoria, solo por inmaduro y sorpresivo, fue el de taekwondo. Lo dejé a los 14 años, siendo rojo punta negro, y a meses de dar el examen para consagrarme en el arte marcial. “Ahora vas a dejar de ir??”, increpó abatido mi padre, “Si...que?...no me gusta más...que?...me aburre”.**

* Cuando nació mi hermano, los primeros meses era tan negro que parecía un santiagueño. Venía gratis con el bolsito para bañarse después de trabajar en la obra. Mis padres siempre dudaron de él, pero yo nunca dije nada. Al tercero siempre le mentimos, asegurando que lo habíamos comprado a unos gitanos en una feria de Mataderos. Esta brillante idea fue del santiagueño. Ahora puedo darme cuenta que, de los tres, él es el más parecido a mis viejos.
** Apreciaba mucho a mi profesor de taekwondo. Se llamaba Javier Dakak y tenía una cierta fijación en mi. No podría asegurar que fuera algo sexual, de hecho, dudo mucho que lo fuera. A mi mamá le parecía un hombre muy buen mozo, o por lo menos eso comentaba con sus amigas. Una vez, con cierto temor a la respuesta, le confesé mis deseos más ocultos. “Javier...quiero que seas mi papá”. No debe haber entendido mi aspiración porqué solo sonrió bondadosamente. Lo que nunca supo, es que solo dos veces deseé que algún otro fuera mi papá. Una, a él...en ese momento mi superhéroe de las artes marciales Javier Dakak, la otra, a un sudoroso mozo de una cantina maloliente y mugrosa que solitario me regaló compasivo una medida más de vodka. Creo, sin pudor de fallarle a mi memoria, jamás haber sabido su nombre.

Wednesday, February 16, 2005

 

Envidia

La vieja se despierta y corrobora la hora en su arcaico reloj-despertador. Las 5 de la mañana… perfecto. Pesadamente se moviliza hacia la cocina y lleva el banquito hasta la medianera del patio. Una vez completo el trabajoso accionar, se para sobre él, y disimuladamente espía el departamento de Elba. Todavía duerme. Más tranquila, toma el teléfono y marca el numero tantas veces digitado…”Si…soy Anastasia de Turdela y yo creo que la culpa es de las drogas que toman en el concierto”. Inmediatamente enciende la radio, regalo de su hijo, orgullo de la familia…el “dotor”. Clavado el dial en Radio Diez, el aparato escupe las primeras aseveraciones de Longobardi. Anastasia se reconforta. Hoy no es un día común, hoy tiene cosas que hacer…hoy esta viva. Son las 8, todavía es temprano para ir al banco. Anastasia sale del departamento y cierra la puerta golpeándola lo más fuerte que su ajado cuerpo puede golpear. Asustada, Elba sale al pasillo. “Que pasó Anastasia???”... todavía en camisón, la atónita mirada de la anciana denotaba un estupor antinatural. “Ay…nada Elba…perdoname, la cerró el viento”, más calma, Elba arriesgó un acercamiento cotidiano…”Que feo que está, no Ana?...esta todo nublado…”, ”Si…”, replicó Anastasia, “ahora esta nublado, pero a las 5 estaba hermoso”. Era imperioso machacarlo, que pensaba esa vieja dormilona?. Antes de salir, Anastasia toma el teléfono nuevamente. En minutos, Gonzalez Oro agasajaría a todo el mundo durante tres horas con verdades indiscutibles. “Si… soy Anastasia de Turdela y yo creo que la plata de los impuestos se lo llevan para las drogas”. Anastasia puede cobrar la jubilación en un banco a tres cuadras de su casa. Sin embargo, ella prefiere ir al centro. No hay nada cómo un poco de aire puro y nuevo. Entonces, se viste con su uniforme de “trámites”. Una pollera marrón neutro que cae obesa hasta arañarle las rodillas acompañada de una blusa manga corta, simil seda, estampada en flores de color marrón neutro y vivos verdes. Para los pies, zapatos cómodos de tacón bajo que incrédulos, permiten asomar por un minúsculo orificio dos desgarbados dedos con sus respectivas uñas encarnadas. A tres cuadras también se ubica la parada de colectivos, a la cual se dirige desconfiada, cuidándose en cada baldosa. Una vez allí, apacible espera la llegada del 17. Luego de quejarse justificadamente por el retraso de 4 minutos, en la primera acelerada, Anastasia resbala torpemente hasta el fondo del bus acarreando souvenir de carteras, valijas, brazos, piernas y pelo, en un intento desesperado por aferrarse a algo estable. “Ay!!...que bruto”, grita por encima de las cabezas Anastasia. Nadie atiende su reclamo…”Asi estamos”, piensa, regocijándose en su conclusión absolutista. Cuando llega al banco, la veo ubicarse detrás de mí en la cola. Una insoportable fila sin principio ni fin. Anastasia comienza a fustigar con su respiración y todo el calor de su voluminoso cuerpo mi menguada espalda. Para peor, se encuentra con la “amiga de cola”. Esa “amiga” del descontento en la cual puede apoyar toda su discordia. Charloteaban ávidas, cuando intencionalmente dejo que la fila avance sin hacer el menor movimiento. La distancia con mi próximo se torna insostenible para una ansiosa Anastasia que indiscretamente llama a mi hombro con sus dos dedos rancios. “Están avanzando”, me informa con mueca cómplice...”así parece...”contesto, avanzando los pocos metros, odiándola con toda la fuerza de mi impúdica alma. Frente al cajero Anastasia da vía libre a todas sus vicisitudes, dando cuenta de todas sus emergencias, acontecimientos, eventos y peripecias que su insignificante y hastiada existencia poseen. Se va dando cuenta que su día útil termina en ese momento y esa simple cuestión la estremece. Sale, y después de comer una mísera empanadita de carne la cual según su gusto “estaba muy saladita eh!”, se sorprende al descubrir que ya son pasadas las 12. Con toda la agilidad que le permite su abultado ser, se arrima a la primera cabina telefónica que encuentra. “Si...soy Anastasia de Turdela y te quería decir Baby que los secuestros press son para las drogas”. Pensó en pasar a visitar a su hijo por el consultorio. Hacía rato que no lo veía. Pensándolo bien, él jamás la llamaba. “Para que tener un hijo?”, meditó sabiamente Anastasia. Un “negrito” se acercó demasiado a su cartera. Lo persiguió desafiante con la vista y especuló con gritar...afortunadamente paso de largo sin mirarla. Un pavoroso miedo la envolvió de pies a cabeza. Comenzaban a dolerle sus ajetreados huesos y la vuelta era larga. Hacía calor y entre el humo y el ruido se avecinaba una jaqueca. Determinó la vuelta, tentada por la idea de un mate tranquilo con Elba. Pasó unos minutos por la verdulería, lugar de infinitas aventuras, y casi inmediatamente llamó a la puerta de su vecina. Elba atendió tímidamente, mientras una intempestiva Anastasia se arrojaba dentro. “Ay ay ay, Elbita....no sabés que día tuve...vos te quedaste todo el día acá no?, preguntó maliciosamente. Elba asintió con la cabeza mientras mecánicamente ya preparaba el mate. Seguidamente, Anastasia relató en detalle su odisea. “Que hora es Elbita?...las 4!!...ya está Rial!!..no tenés radio?,...que vas a tener...prestame el teléfono”. Vanamente Elba señaló la ubicación del aparato... despreocupada, Anastasia había intuido donde encontrarlo y antes de que levantara el índice ya estaba marcando. “Si...soy Anastasia de Turdela y para mi Jorge Corona se mete la droga”. A las 6 de la tarde, una moribunda Anastasia se recluye en su casa. Se quita la blusa maloliente, empapada en sudor y toscamente se coloca el camisón. Decide acostarse, el sueño comenzaba a vencerla. Escuchó en la radio el comienzo de Chiche Gelblung...pero esta vez no tuvo fuerzas para llamar. “Mañana sin falta”, se juró en silencio. Había tenido un día terrible y estaba deshecha. Recapacitó que al levantarse, desnudaría una verdad casi tan absoluta cómo la de Gonzalez Oro. Descubriría horrorizada que los días subsiguientes serían mucho peores. El vacío de la improductividad la atormentaba. Porqué si fuera por Anastasia, cobraría la jubilación todos los días.

Monday, February 14, 2005

 

Orgullo

Soy despiadado e insolente….una peste. Cuando los Lunes me levanto a la mañana, mis primeras palabras son “Me quiero morir”…y no es un deseo, es un pedido de auxilio. Sin embargo, hay un común en la gente que me conoce por primera vez…les caigo bien, me sonrien, inspiro una confianza medida. Estimo, debe ser mi cara de bonachón, de personaje anecdótico. Me convierto en confidente a los pocos días y los escucho sin escuchar. Aborrezco su soltura y su franqueza, su lealtad inquebrantable…su exasperada necesidad de tener un fiel reflejo de la bondad y la humanidad. Y yo no soy apacible ni bondadoso y cómo humano, considero, de los más defectuosos. No tardan en darse cuenta y entonces abandonan su actitud, se convierten en animales heridos en su naturaleza…defienden su territorio de manera aún más férrea, sangrantes debido al mortal desengaño. Caminando por la calle una vez, me pidieron un cigarrillo. Recorría la adolescencia, un camino arduo del que ya venía lastimado. Naturalmente le convidé un Jockey Club. Al verlos y mientras encendía uno, el hombre de unos treinta años me dijo “uuuuu….Jockey…yo antes fumaba esto, pero después te das cuenta”. No le pregunté de que me “iba a dar cuenta”, tampoco me importaba en ese momento. Ahora fumo Lucky Strike, y creo haberme dado cuenta de algo. No en detalle, pero si de lo que insinuaba. Y yo soy cómo un Jockey Club…al menos para el común de la gente.
Desde los seis años jugué al tenis. Amaba ese deporte, y sin ser modesto lo practicaba muy bien. Junto a Pérez Roldan y el “Luli” Mancini, eramos las promesas más importantes de Argentina. Posedor de un drive exquisito, me desenvolví en gran forma durante diferentes torneos a los cuales concurría con mi padre. Supe pelearme con árbitros, linemans, rivales, público, cancha y viento. Muchas veces lloré, reí y grité. Cuando la teoría moral del deporte dice que no se debe tirar la pelota al cuerpo, yo lo hacía. Cuando esta misma dice que ante cualquier jugada fortuita uno debe deshacerse en disculpas ante su rival, yo no lo hacía. Era un ente maléfico con raqueta. Era orgulloso y desdeñoso…pedante hasta el hartazgo. Era ampliamente superior a todos. Y estaba seguro de eso. Cuando me atacaban, contraatacaba impetuoso. Cuando se defendían, corriendo, sudando y sangrando, los ajusticiaba impiadoso. Ninguna pelota era difícil, nada era imposible…todo lo que deseaba lo obtenía. Y si alguna vez no podía ganar, mi misión era lograr que mi intento por hacerlo supere en notoriedad a la del contrincante. De esta forma, nadie se sentiría completo al vencerme. Abandoné el tenis. Pero hoy creo, es el momento en mi vida en que me doy cuenta de que esa época fue la primera y única vez que sentí por fin cómo es ser bueno en algo. Cómo es ser popular… que te elijan primero en el pan y queso. Que un imbécil, minúsculo mental e irresoluto quiera ser cómo vos. Que un cualquiera, en un determinado momento, se aventure a proclamar sin dudas,”él es extraordinario”. En uno de mis último torneos y ya advertido por el juez, rompí la raqueta luego de una desdichada jugada. Me sacó un punto en el game siguiente, pero eso jamás me molestó. Soy creyente de que todos los jueces no pueden impartir justicia. Y esto lo digo para cualquier deporte. Hay algunos que no tienen el sentido común para hacerlo, y estoy siempre dispuesto a sacrificarme por la causa. Cuando terminó el partido, no recuerdo el vencedor, mi papá se acercó y severamente, casi arañándome el oído con su voz, me dijo, “así que rompés raquetas ahora?...quien te crees que sos?...Lendl?”. Me di vuelta para observar su cara e instantáneamente me fulminó con fuego los ojos. Tuve que bajar la vista. En ese momento caí en la cuenta de que no, obviamente no era Iván Lendl. Dudo mucho de que a Iván Lendl lo rete su papá, en un torneo y frente a cien personas. Al menos cuesta imaginárselo.
Volví a jugar esporádicamente. En general juego con mi papá, en un lugar donde solo juegan personas mayores. Y me divierto. Hacer correr a un decrépito de lado a lado tiene su gracia. Mientras se desvive intentando llegar a una pelota que jamás llegará, si uno observa detenidamente, puede notarse cómo se deforma su cara en una mueca de desazón. No discute ni clama, solo queda arrodillado exhausto y rendido ante los abatares del destino. En ese mismo lugar me encontré jugando dobles con el “Tano” Fasini , un amigo de él, que a simple vista denotaba ochenta años, y mi viejo. Naturalmente decidí hacer pareja con el Tano. Siempre que juego con mi papá la cosa termina caliente y seguramente me divertiría mucho más haciendo correr al viejo de ochenta y escuchando la ronquera voz del Tano alentándome. En un primer momento fue una de las experiencias más vibrantes de mi vida. Un periodista de la estirpe del Tano estudiando mi juego…y no solo el análisis, sino comparando mi habilidad con la de infinitos jugadores que había visto. No lo podía creer, me temblaban las piernas. En la primera pelota del partido, el viejo de ochenta me sirve una obvia masita a la que me deslizo cómo puedo entre la baba y mis ganas de pegarle cómo un animal. Le entré cómo antes. Un sablazo que desacopló todos los huesos del ochenteno en un intento inútil y peligroso por llegar. Pero más lindo fue lo que experimenté segundos después del golpe. “Que lindo fierrazo pibe”, mimó el Tano….y yo, casi lo abrazo. En la segunda o tercer pelota, le tocó definir al Tano. Fue preparando el revés cómo los que saben. Y yo por dentro pensaba…”jaja…van a ver ahora cómo le da mi compañero…el Tano”. Y el Tano le dio… pero con el marco. Disimulada, la pelota alcanzó suplicando clemencia la red. “Bien igual Tano, bien igual “, alenté…”peeeeeeero que cosa”, se excusó sin excusa al tiempo que negaba con la cabeza. Resultaría tedioso desarrollar cada punto del partido. Basta con decir que no solo una vez el tano le pegó con el canto. La verdad es que lo hizo todo el cotejo. Perdimos. Y creo que hay dos razones. Una, el Tano es periodista. Dos, fui pretencioso. Me desanimo fácilmente cuando mi mundo imaginativo se diluye en una realidad apocalíptica. Cuando terminamos, el viejo nos invitó a tomar algo. Le expliqué muy brevemente que estaba apurado, y que teníamos que irnos lo antes posible. Mi papá no reparó en dudas. Conoce exactamente cómo me pongo cuando pierdo. Una vez que llegué a mi casa, encendí el televisor. Estaba jugando Agassi contra un clasificado. No tenía idea de que torneo era, pero comentaba Bonadeo. Serenamente fui hasta el placard, saqué la marihuana y fumé toda la tarde.

Friday, February 11, 2005

 

Lujuria

Tuve un encuentro cercano con tres seres galácticos suprasexuales. Detuvieron el taxi en el que viajaban a pocos centímetros de mi auto. Esperábamos la señal verde en un semáforo cualquiera. Además de los tres especimenes obviamente viajaba el tachero, quien de a ratos relojeaba inquieto, en una mezcla de complicidad y nulidad absoluta que lo delataba. Desenvainé mi curiosidad más inescrupulosa y preferí mirar a discreción. Eran, por el momento voy a llamarlos, dos “chicas” y un “chico”. El trío llevaba corte de pelo a ras y una hermosura intachable. Para mi consideración del momento, dos Venus y un Adonis. Una de las mujeres me miró desfachatada y comentó, en idioma indescifrable, algo a sus compañeros. Tomaron la posta uno a uno. Sonreían sensuales...seducían con sus movimientos. Desesperado y casi al borde del trance hipnótico supliqué telepáticamente ayuda al tachero. Sin embargo, caí en la cuenta de que indudablemente ya lo habrían enmarañado con sus efectos anestésicos...miraba el tablero del coche inmutable, con la quietud de lo inevitable. Decidido y fehacientemente convencido de que la manzana tentadora ya había surgido el efecto deseado, el chico acarició palabras en mis confundidos oídos. Por más esfuerzo que empeñara, no podía quitar la vista de sus extraños dedos, pródigos en sexo y lujuria desvestían de manera indecente la comisura de sus labios. “Querés venir a una fiesta?“. No reaccionó mi persona ante sus palabras. Instantáneamente contesté que “Si”, pero mi voz escapó de otro cuerpo. “Seguí el taxi, rubio” dijo con una sencillez abrumadora. El semáforo por fin dio paso libre. Observé al ente-conductor agilizar su momificado esqueleto. El taxi dobló en la esquina. Varado en mis pensamientos comencé a escuchar un vigoroso grito desde mi interior. “Despertate!...Despertate!!”. Un bocinazo enérgico se estampó de lleno en mi embobado cerebro. “Despertate boludo!!!...despertate!!!...verde!!!....esta verde!!!”. Puse primera, giré como pude y aceleré hasta divisarlos. A dos cuadras de comenzada la persecución me asaltó la vergüenza. Mesurado y compasivo, opté por dar la vuelta.

Thursday, February 10, 2005

 

Esas pequeñas cosas

Me desperté intuyendo que todo iba a salir mal pero al final estuve exagerado. De entrada sentí un zumbido mal humorado que, no contento con quedarse en zumbido, apostó más alto dándome un pequeño pero certero golpecito en el oído. Sobresaltado, salto de la cama para comprobar que la culpable de tal nefasto atentado era una polilla vasca fumando pipa. Sin preguntarme nada, me acompañó al baño y relajada osó posarse en el espejo. Le dediqué un par de odios mientras me lavaba los dientes. Ya en el trabajo, el segundo ataque quedó a cargo de una libélula gigante. Primero me tocó la mano. Cuando ya la tenía controlada con la vista arriesgó a rozarme el cuello. Después, contradiciendo toda lógica natural del más fuerte se come al más débil, se mandó directamente a la cara mientras en vano intentaba golpearla con mis torpes dotes boxísticos. Llegó a tantearme el cachete, lo que casi le vale un vómito tempranero. A la tarde estuve cerca de la muerte. Una avispa de tamaño considerable comenzó a coquetear con mi zapatilla. La avispa era naranja...jamás vi una igual. Pensé que si era tan arriesgada para andar por la vida de naranja probablemente tenía con que aguantar. Además, cómo el naranja es un color de moda, deduje que era bastante celosa del que dirán. Por lo cual, era muy probable que tomara a mal cualquier movimiento brusco que hiciera. Nos quedamos los dos quietos durante largos minutos. Yo, intentando respirar lo indispensable, ella...calculo que descubriendo que mi zapatilla con vivos naranjas era demasiado pesada y grande para llevarla a la cama. En la vuelta a casa se vinieron al humo veinte mosquitos murgueros. Uno más borracho que el otro... el olor a alcohol que emanaban era insoportable. Uno de ellos, el más bardero, me picó en el antebrazo. El gil del redoblante lo intentó en el cuello, pero fue su último carnaval. Lo incrusté en la piel con bombo y todo. Los otros, para su fortuna, lograron huir despavoridos por Nicasio Oroño.
Científicos muy respetados han concluido en que si los insectos tuviesen nuestro tamaño, por fuerza, rapidez e instinto, dominarían el mundo. Yo quiero confiarles, distinguidos eruditos, que en mi mundo ellos dominan en cualquier formato que se presenten. Les temo. Y no es una simple fobia. Es un terror natural. Cómo el terror de la gacela cuando escapa del león. Son, sencillamente, mis depredadores en el círculo de la muerte y supervivencia. Y aún más perniciosos y perversos son los que pueden volar. Impredecibles pueden moverse a velocidades que no imaginamos... maniobrar tan hábilmente hasta dejarnos en ridículo. Algunos, con cientos de ojos que perciben en miles de direcciones, en miles de ángulos y en millones de perspectivas. Su mundo es simple y fugaz...y al no tener tiempo para reflexionar en circunstancias, solo se remiten a la acción.
Sentado, cierta vez, en el zaguán de una casa me entretuve con un bicho raro que estando de espaldas intentaba inútilmente darse vuelta. El insecto era verde, llevaba cómo camuflaje un destacado traje de hoja y, a mi parecer, nadaba espalda sobre el pavimento. Con atención perseguía cada movimiento para no perderme de nada. Disfrutaba su desgracia. Cada tanto, el minúsculo se detenía, retomaba energía y continuaba. No quería que muriera, por lo menos no antes de que yo descubriera cuales eran sus sensaciones en ese aterrador momento. Dichoso, una ramita que ninguno de los dos entrevió le acercó la solución. Vuelto todo a la normalidad, la imperceptible miniatura comenzó a moverse con total orgullo. Con tanta fe en si mismo que muchos lo tildarían de agrandado. A cinco metros de su resurrección, el impiadoso bastón de un viejo lo aplastó. Cómo pudo haber tenido tanta mala suerte de que lo prensara el bastón y no el pie?. El viejo seguramente moriría a la noche, al día siguiente o al siguiente mes, y nunca se enteraría de que había suprimido a una inservible asquerosidad después del esfuerzo de su vida por mantenerse en el mundo. Por mi parte, yo prefiero no acampar. Tampoco me siento en el suelo. La naturaleza puede darnos mucho, pero suele quitarnos aún más. Y esto, aunque los de Green Peace digan lo contrario.


Monday, February 07, 2005

 

El aconsejador

A Marcelo le gusta que lo llamen "El Aconsejador". Sabe jactarse de un aluvión de consejos excelentemente dados. Su porcentaje de buenos consejos es elevadísimo...dice que para ser un buen consejero hay que ser una persona muy "gaucha". Y él lo es, o por lo menos lo aparenta. Desfachatado circula por el mundo arengando su título, y cuando algún improvisado se interpone en su camino, lo defenestra con la maestría de un Aconsejador Profesional. Sus enfrentamientos más importantes siempre son en vivo y en directo...en tiempo y persona. Se encarga personalmente de encontrar un pobre desdichado, lo sienta frente a él y su contrincante y le pide que relate su problema. Cómo buen caballero, deja que el primero en aconsejar sea su rival. Él, mientras tanto, se dedica a escucharlo con la indiferencia y el silencio de un vencedor. Acabado este poco sustancioso consejo....Marcelo se para, se acerca al aplomado sujeto, lo sujeta fuertemente de un brazo...y le grita hasta dejarlo sordo "REACCIONA!! ALBERTO!!!, REACCIONA!!!....YA NO TENES DOS AÑOS, REACCIONA". Ante semejante escena, pocos llegan a escuchar finalmente el consejo. Marcelo, a pesar de su alma fiel y su bondad infinita no aconseja a todo el mundo. Discurre en los problemas que llegan y luego de un arduo estudio decide si están habilitados para el consejo. Esto lo hace, según él, porqué hay problemas más urgentes que otros, y además, agrega con un sonrisa casi maliciosa "No quiero bajar el porcentaje de bien dados, viste...". Una vez, caminando con Marcelo por Güemes se nos acercó una mujer muy fea. Cómo a mi la gente fea me da comezón tuve que alejarme un poco. Sin embargo, pude escuchar algo de la conversación. Al parecer, la mujer fea le pedía a Marcelo que la aconsejara con un problema que tenía su marido... algo con la quiniela...o con el dueño de una agencia de quiniela. Cuando terminó, se produjo un silencio tan incómodo que la mujer comenzó a rasgarse la nariz casi frenéticamente. Marcelo la miró cómo yo jamás lo vi mirar a alguien. Se convirtió casi en una estatua, frío cómo el acero...y ni una palabra. Espantada, la fea huyó sin decir más. Cuando volvió siguió cómo si nada hubiese pasado. Estabamos yendo al cine... íbamos a un festival de cine alemán. Recuerdo que daban “Nosferatu”, y Marcelo ama el expresionismo Alemán.
Cometí el error una sola vez en mi vida. Sentados en un café de Recoleta tuve el desatino de preguntarle si cuando él tenía un problema acudía a otro aconsejador o si podía resolverlo tranquilamente al igual que el de los demás. No pude ni reaccionar cuando ya Marcelo se había incorporado y escupía infinitas acusaciones en mi contra. Primero me dijo que las personas cómo yo nunca podríamos dar un consejo…que no cumplía con el target. Que me faltaba piel… instinto y que era demasiado existencialista. Luego de terminar, diciéndome que era muy posible que mi negatividad recayera en la humanidad del aconsejado, se tranquilizó. Se sentó nuevamente y me regaló una ojeada compasiva. “Che…”, continuó…”vos nunca me pedís consejos…tenés que empezar a confiar en mi…de verdad…soy el mejor o no?”. No le respondí, había desviado mi atención hacia la esquina opuesta. Un estrafalario payaso repartía insignificantes globos a los chicos. De cuando en cuando escupía al suelo corroborando que nadie lo haya visto.


Thursday, February 03, 2005

 

Un faso con Dios

Escuché el clásico chistido tímido y ya sabía que era él. No sé porqué, pero siempre me llama de la misma forma. Y cómo siempre, una excusa diferente para cada ocasión. La verdad es que lo que más me molesta es que él nunca se molesta...siempre me hace subir. Apenas me ve, ya se ataja...”sory...pero viste cómo es en vacaciones, se llevan todo a la costa y no se consigue por ningún lado”....la conversación continua casi calcada...le digo...”mira que yo no creo en vos eh”...”todo bien…”, contesta “armás vos?”. Decí que hay algo en él que me atrae, porqué no soy de armarle a cualquiera. Y a Dios le encanta mi faso...durante las primeras pitadas lo único que hace es alabar la calidad. Dice que desde que se fue el arcángel Julio en el cielo no se consigue nada bueno. Yo en general no hablo mucho...es de la clase de personas que tiene una respuesta para todo; me satura. Además cuando habla te golpea levemente el brazo o la pierna acercando su rostro de tal forma que incomodaría a cualquiera en sobremanera. En general tiendo a alejarme o a mirar para otro lado para evitar que su aliento infecte mis fosas nasales. Ama las berenjenas al escabeche. Cómo sabe que odio sus sandalias neo-hippies que dedican su existencia a aprisionar el dedo gordo del pie, cuando viene a buscarme se pone zapatillas. Esta vez tenía unas Reebok, esas botitas negras...para mi son de mujer, pero no dije nada. En plena lujuria y cuando nos divertíamos observando como un perro Collie, que obsesionado por un travesti intentaba montarle la pierna derecha, aparece un desgarbado narigón con pinta de bohemio. Disimuladamente Dios se esconde detrás mio y me pide que actúe cómo si él no estuviese. El bohemio narigón me mira, desconfiado lanza una olfateada y sigue su camino. Tuve ganas de gritarle algo pero Dios me codeó el riñón y me contuve. Cuando estuvo lejos le pregunté que pasaba. Me contó que le debía una fuerte suma de dinero y que hacía rato le andaba escapando. Me relató detalladamente su crítico estado de cuenta y su enorme deuda con el fisco. Se deprimió un poco así que tuve que animarlo haciendo un infantil truco de magia que le arrancó una fuerte carcajada. El final repetido nunca tardaba en llegar... cuando a Dios le da el bajón no come chocolates. Cuando a él le da el bajón se despacha en excusas sobre sus labores pasadas. Y empieza por contarme el porqué de su decisión del diluvio...porqué Sodoma y Gomorra...porqué le pidió a Abraham que sacrifique a su hijo e infinidad de quilombos en los que estuvo metido en el antiguo testamento. Me explica que era joven, que tenía toda la eternidad por delante, que se sentía omni, que los demás Dioses fracasaron por dejarse estar, que él juró que nunca le iba a pasar, bla bla bla. Cuando Dios se pone así, es intratable. En ese momento aprovecho para ratearme. Le explico que al otro día tengo que levantarme temprano y que si llego tarde de nuevo ya no me serviría la excusa de “Dios necesitaba hablar conmigo”. Antes de irme, y en un acto de piedad inaudita, ahuyento con una patada al Collie que jodía al travesti. Ya me hartaba la situación con solo mirarla. Dios de paso, guardó en su morral el faso restante. Al percatarse de que lo estaba siguiendo se acerca apresurado y me dice...”Me puedo quedar con esto no?...vos tenés mas?”...”Si, quédatelo tranquilo”...”Seguro no?...mira que no quiero dejarte sin nada”...”No te preocupes, de verdad”. Odio cuando Dios la juega de víctima.

Wednesday, February 02, 2005

 

Soy Deseísta

Querido diario de viaje:
Hace días seguimos navegando y sin embargo, todavía no hay rastros de tierra firme. Las personitas que habitan en mi cabeza han decidido amotinarse en el sub-consciente en represalia a lo que yo considero, mis impulsivas pero sabias decisiones. Me ametrallan con sus desquiciadas propuestas, me invitan a formar parte de algo que no entiendo. La personita con más rabia anda tirando piedras al éter de la tolerancia...le confía por lo bajo a la arrogancia que no entiende porqué a las personas de color las llaman así. Dice que llaman "personas de color" a gente de tez negra...dice que el negro es la auscencia de color...cómo pueden llamarlas gente de color?. Este comentario lo considera de alguna forma discriminatorio. No sé si deba confiar en el hombrecillo de la rabia...habla escupiendo y a veces me asusta. Hoy quiso matar de nuevo. La personita aduladora siempre anda pintando el camino con colores divertidos. No entiendo porqué él también decidió enfrentarme. En realidad, no entiendo porqué las demás personitas lo dejaron conspirar con ellos. Debe ser un engaño para deshacerse de él, hace tiempo que le tienen ganas. Pero se muy bien quien anda detrás de esto, quien es el que manda...quien los dirige. Él también sabe que yo sé. En realidad todos sabemos todo...es una guerra psicológica. Por eso hay que saber esconderse, hay que buscar la nulidad total de toda consideración. Hay que tratar de no movilizarse en exceso...hay que llegar al blanco...a sentirse ajeno.
Hoy de nuevo vi al patovica que lee. Me saludo con un beso en la mejilla porqué no me veía hace tiempo. No le conté nada de mi guerra pero me parece que se dio cuenta. Tampoco le dije de mi cumpleaños....no se lo dije a nadie. El cumpleaños es el día que uno festeja el día que nació. A mi, particularmente, me gusta esconderlo. Cuando la gente lo sabe, no puede contener su envidia... "miralo...cumple años" dirían, mientras que entredientes agregan "siempre tan cumpleañero el día de su cumpleaños". No voy a caer en la trampa porqué además disfruto el secreto. Me divierte pensar que la persona que esta frente a mi hablando de que si a Baby no se le hubiese paralizado la cara hoy no sería tan famoso, no tenga idea que en ese preciso instante yo cumplo un año más...y él no lo sabe. Es su ignorancia y mi saber. El día que cumplo años en general las cosas siempre salen mal. Y no lo digo para hacer de esto una novela melo-grasa porqué no solo a mi me pasan cosas malas...es recurrente para todos. El día que cumplo años a mi me gusta que se caigan los árboles...pero ojo, no es uno de mis deseos. Yo soy Deseista. No creo en el uso incondicionado de los deseos. Por culpa de los Usadores Incondicionales de Deseos (UID) los deseos han perdido su valor inicial y ya no se cumplen. Ahora pareciera que hay que pedir deseos en cualquier momento. Desde las situaciones más asombrosas hasta las más simples. Si una rana cruza un charco llevando un Naranju....hay que pedir un deseo...pero también hay que pedirlo si Feynman se corta las uñas a raz. No caigamos en la falacia. Nos amedrentan con el que dirán. Nos acusan de amargados pero debemos resistir. No pidamos deseos en vano. Esperemos al mesias de los deseos. Solo él nos podrá indicar cuando...solo él es capaz de resucitar a todos los deseos muertos para que por fin, y de una buena vez, se cumplan.

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