Wednesday, February 16, 2005

 

Envidia

La vieja se despierta y corrobora la hora en su arcaico reloj-despertador. Las 5 de la mañana… perfecto. Pesadamente se moviliza hacia la cocina y lleva el banquito hasta la medianera del patio. Una vez completo el trabajoso accionar, se para sobre él, y disimuladamente espía el departamento de Elba. Todavía duerme. Más tranquila, toma el teléfono y marca el numero tantas veces digitado…”Si…soy Anastasia de Turdela y yo creo que la culpa es de las drogas que toman en el concierto”. Inmediatamente enciende la radio, regalo de su hijo, orgullo de la familia…el “dotor”. Clavado el dial en Radio Diez, el aparato escupe las primeras aseveraciones de Longobardi. Anastasia se reconforta. Hoy no es un día común, hoy tiene cosas que hacer…hoy esta viva. Son las 8, todavía es temprano para ir al banco. Anastasia sale del departamento y cierra la puerta golpeándola lo más fuerte que su ajado cuerpo puede golpear. Asustada, Elba sale al pasillo. “Que pasó Anastasia???”... todavía en camisón, la atónita mirada de la anciana denotaba un estupor antinatural. “Ay…nada Elba…perdoname, la cerró el viento”, más calma, Elba arriesgó un acercamiento cotidiano…”Que feo que está, no Ana?...esta todo nublado…”, ”Si…”, replicó Anastasia, “ahora esta nublado, pero a las 5 estaba hermoso”. Era imperioso machacarlo, que pensaba esa vieja dormilona?. Antes de salir, Anastasia toma el teléfono nuevamente. En minutos, Gonzalez Oro agasajaría a todo el mundo durante tres horas con verdades indiscutibles. “Si… soy Anastasia de Turdela y yo creo que la plata de los impuestos se lo llevan para las drogas”. Anastasia puede cobrar la jubilación en un banco a tres cuadras de su casa. Sin embargo, ella prefiere ir al centro. No hay nada cómo un poco de aire puro y nuevo. Entonces, se viste con su uniforme de “trámites”. Una pollera marrón neutro que cae obesa hasta arañarle las rodillas acompañada de una blusa manga corta, simil seda, estampada en flores de color marrón neutro y vivos verdes. Para los pies, zapatos cómodos de tacón bajo que incrédulos, permiten asomar por un minúsculo orificio dos desgarbados dedos con sus respectivas uñas encarnadas. A tres cuadras también se ubica la parada de colectivos, a la cual se dirige desconfiada, cuidándose en cada baldosa. Una vez allí, apacible espera la llegada del 17. Luego de quejarse justificadamente por el retraso de 4 minutos, en la primera acelerada, Anastasia resbala torpemente hasta el fondo del bus acarreando souvenir de carteras, valijas, brazos, piernas y pelo, en un intento desesperado por aferrarse a algo estable. “Ay!!...que bruto”, grita por encima de las cabezas Anastasia. Nadie atiende su reclamo…”Asi estamos”, piensa, regocijándose en su conclusión absolutista. Cuando llega al banco, la veo ubicarse detrás de mí en la cola. Una insoportable fila sin principio ni fin. Anastasia comienza a fustigar con su respiración y todo el calor de su voluminoso cuerpo mi menguada espalda. Para peor, se encuentra con la “amiga de cola”. Esa “amiga” del descontento en la cual puede apoyar toda su discordia. Charloteaban ávidas, cuando intencionalmente dejo que la fila avance sin hacer el menor movimiento. La distancia con mi próximo se torna insostenible para una ansiosa Anastasia que indiscretamente llama a mi hombro con sus dos dedos rancios. “Están avanzando”, me informa con mueca cómplice...”así parece...”contesto, avanzando los pocos metros, odiándola con toda la fuerza de mi impúdica alma. Frente al cajero Anastasia da vía libre a todas sus vicisitudes, dando cuenta de todas sus emergencias, acontecimientos, eventos y peripecias que su insignificante y hastiada existencia poseen. Se va dando cuenta que su día útil termina en ese momento y esa simple cuestión la estremece. Sale, y después de comer una mísera empanadita de carne la cual según su gusto “estaba muy saladita eh!”, se sorprende al descubrir que ya son pasadas las 12. Con toda la agilidad que le permite su abultado ser, se arrima a la primera cabina telefónica que encuentra. “Si...soy Anastasia de Turdela y te quería decir Baby que los secuestros press son para las drogas”. Pensó en pasar a visitar a su hijo por el consultorio. Hacía rato que no lo veía. Pensándolo bien, él jamás la llamaba. “Para que tener un hijo?”, meditó sabiamente Anastasia. Un “negrito” se acercó demasiado a su cartera. Lo persiguió desafiante con la vista y especuló con gritar...afortunadamente paso de largo sin mirarla. Un pavoroso miedo la envolvió de pies a cabeza. Comenzaban a dolerle sus ajetreados huesos y la vuelta era larga. Hacía calor y entre el humo y el ruido se avecinaba una jaqueca. Determinó la vuelta, tentada por la idea de un mate tranquilo con Elba. Pasó unos minutos por la verdulería, lugar de infinitas aventuras, y casi inmediatamente llamó a la puerta de su vecina. Elba atendió tímidamente, mientras una intempestiva Anastasia se arrojaba dentro. “Ay ay ay, Elbita....no sabés que día tuve...vos te quedaste todo el día acá no?, preguntó maliciosamente. Elba asintió con la cabeza mientras mecánicamente ya preparaba el mate. Seguidamente, Anastasia relató en detalle su odisea. “Que hora es Elbita?...las 4!!...ya está Rial!!..no tenés radio?,...que vas a tener...prestame el teléfono”. Vanamente Elba señaló la ubicación del aparato... despreocupada, Anastasia había intuido donde encontrarlo y antes de que levantara el índice ya estaba marcando. “Si...soy Anastasia de Turdela y para mi Jorge Corona se mete la droga”. A las 6 de la tarde, una moribunda Anastasia se recluye en su casa. Se quita la blusa maloliente, empapada en sudor y toscamente se coloca el camisón. Decide acostarse, el sueño comenzaba a vencerla. Escuchó en la radio el comienzo de Chiche Gelblung...pero esta vez no tuvo fuerzas para llamar. “Mañana sin falta”, se juró en silencio. Había tenido un día terrible y estaba deshecha. Recapacitó que al levantarse, desnudaría una verdad casi tan absoluta cómo la de Gonzalez Oro. Descubriría horrorizada que los días subsiguientes serían mucho peores. El vacío de la improductividad la atormentaba. Porqué si fuera por Anastasia, cobraría la jubilación todos los días.


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