Thursday, July 28, 2005

 

Un dolor de huevos

Despierto de un profundo letargo. En palabras judeo-criollas, me tomé un mes sabàtico...y no lo necesitaba para nada. Meditándolo más detenidamente no pensaba despertarme pero las circunstancias lo ameritan; decididamente la cuestión se resolvió significativamente trascendental. Y cuando digo "significativamente trascendental" lo expreso con todo lo significativamente trascendental que expresan dichas sabias palabras. Ustedes leeràn a continuación una simple historia estrambótica y medio zafada, con toques de buen humor, pesimismo y peligro. Pero si lenta y cansinamente realizan una lectura un pellizco más certera, descubrirán asombrados el ríspido camino del héroe (yo) que acusa cualquier buen argumento. Más sencillamente, si vienen de Hollywood se la vendo. Con ustedes... sin más, y antes de que se repitan a si mismos "estoy pediendo el tiempo"...la historia. Disfrútenla.
Era una noche tranquila, muy tranquila. Tirado en la cama, desvirtuando el cerebro y las ideas con un poco de mi droga preferida. Ese elixir que se fuma y por miedo no se nombra... miedo a que se la fumen otros. Y ahí mismo, cuando no esperaba nada de nadie, ni nada de mi mismo, ni nada... comenzó lo que un indio-maya amigo mio calificaría cómo mal karma. Si, me empezó a doler un huevo. Y para los que tienen huevos saben lo que esto significa...y para los que fuman, también saben lo que esto significa...y para los que fuman y tienen dolor de huevo, esta de más aclarar que obviamente saben lo que estas dos cosas juntas significan. Y eso solo se corresponde con una sola palabra; "paranoia". Debo confesar que cuando el pudor de la zona dolorida es más fuerte que el temor a lo desconocido, uno comienza por dar malos pasos. Entonces se piensa repetidamente "a quien puedo contarle que me duele un huevo y sepa que hacer o que tengo?". Al hacer este cuestionamiento prescindí instantáneamente de cualquier mujer y/o niño. Tampoco podía decírselo a mis jefes quienes seguramente me despedirían por miedo al contagio. Los amigos...bueno, son los amigos...y a los amigos jamás les duele un huevo, o por lo menos jamás lo cuentan. Recordé gratificado con mi menguada vida que sin embargo uno de ellos jactaba un título médico. Aunque es un personaje particularmente llamativo en su proceder no dudé ni por un segundo en solicitar la ansiada ayuda. Lo llamé al celular, desde la cama, mirando floricienta y con el dolor de huevo derecho que comenzaba a extendersé hacia el izquierdo. La situación preocupaba.
- Doc...que hacés...tengo un problemita
- que pasa?
- Me duele un huevo...bah, hasta hace un ratito me dolía uno, el derecho, pero me parece que ahora va por los dos
- mmmm no sé...te duele todo el tiempo?
- si, en realidad por momentos más y por momentos menos...pero viene de dolor la cosa, entendés?...es un huevo...y ahora los dos...vos sabés cómo son los huevos
- si, habría que ver, tenés que preguntarle a un especialista, yo solo restauro corazones
- si Doc, pero sos médico, sos lo más cerca de la verdad que puedo estar...decime algo
- bueno, según lo que me decís y lo que sé, ojo habría que verlo, me parece que pueden ser dos cosas...cáncer de huevo o cáncer de huevo
- que?, no hay otra opción?
- ah! si, puede ser que no sea nada también
- gracias por la ayuda doctor, estaba más tranquilo si no tenía la opción de que no sea nada, al menos antes sabía que ya me quedaba sin huevos. Ahora voy a estar con la incertidumbre de que quizás pueda ser padre algún día.
- si, puede ser...no sé, fijate
Cuando uno recorre estas situaciones es muy común que recuerde hechos tan ignotos que cuesta desterrarlos. Entonces fue cuando fijé la solución en una sola persona; mi papá. Él ya había padecido el infortunio huevístico, y en ese momento no recordaba fehacientemente cómo lo había resuelto. Esto, seguramente, porqué cuando me lo contó, acosado por arpías del mal, a mi no me dolían los huevos y sistemáticamente me importó un huevo. Ansiosamente esperé el día en que lo vería, lo visitaba una vez por semana...sin embargo, esa semana adelanté el encuentro. La cena constaba de cuatro personas, mi papá, la novia de mi papá, mi abuela "la polaca", y yo. Cuando la novia de mi papá se retiró hacia la cocina, fue el momento oportuno para la consulta. La polaca se encontraba lo suficientemente lejos cómo para que sus estropeados oídos descifren mis susurros.
- pa- dije resueltamente cómo si se tratase de algo totalemente normal y natural, cómo si le estuviese consultando por algún nuevo refuerzo de Racing- te acordás que a vos te dolía un huevo una vez?
- si- contestó mientras comía el corazón del alcahucil
- bueno, a mi me duelen los dos...
- que?- y con un tono de voz que excluyó la relativa intimidad que había logrado gritó- los huevos??, los dos?...donde?
- a quien le duelen los huevos?- se sumó la novia de mi papá desde la cocina.
- donde? -insistió mi bendito padre
- en los huevos papá, donde carajo me va a doler?
- A los knishes no se les pone huevos- interfirió ¿acertadamente? mi abuela "la polaca".
- callate mamá...tenés que ir a un médico amigo, trabaja en el Piñeiro, es un fenómeno en huevos, si hubiese un titulo en huevos el seguramente daría cátedra jejeje, o no graciela? (la novia de mi papá).
- papá, podemos dejar de decir la palabra huevos?
- no
- bueno
Y así fue cómo un Lunes a la mañana tenía turno en el Piñeiro para ver al Doctor Roberto Pariccio, especialista, según mi progenitor, en huevos. Debo confesar en este momento de la historia mi fobia a los hospitales públicos y a la sangre. Es algo que me supera, un incontrolable padecer natural. Luego de una exhaustiva búsqueda del consultorio once de urología, me encontré cara a cara con mi destino. Y mi destino era una puerta cerrada, mejor dicho, mi puerta cerrada y 105 más en un pasillo de 4 milimetros de ancho por 200 metros de largo y una densidad de ancianos cercana a 100.000 por milimetro cuadrado. Y ahí mismo experimenté la sofocación, el malestar, la falta de aire. Insintivamente le escapaba a la gente, no quería que nadie me toque, me hable, me mire. Todos estaban enfermos, y seguramente me iban a enfermar. En la puerta contigua se leía "Geriatría", y en la de enfrente "Neurología", nada bueno podía pasar. Si no estaba enfermo, al instante y por metástasis lo estaría y de forma terminal. Nadie podía salir vivo de ese pasillo, era el pasillo de la cuarentena, de los viejos y yo. Viejos, acá, viejos allá...viejos enchufados a algo que no sé que era y por el cual salía liquido amarillo!!, amarillo!, todo lo que es amarillo es malo. Eso me lo enseñaron en collage. Y había uno que se golpeaba la panza y me contó con aliento deforme y putrefacto que no podía dejar de hacerlo. Tuve que salir cuatro veces al exterior para poder respirar y convencerme a mi mismo que la situación no era tan traumática.
"es un hospital chabón, no le podés tener terror a los hospitales, querés que te internen en un psiquiatrico?, entrá ya mismo y hacete valer...ningún viejo te va a echar de ahí", me persuadía casi sin chances pero siempre volvía. Era el purgatorio, finalmente podía festejar mi hallazgo. Cuando la puerta número once se abrió la felicidad me desbordó exageradamente. Por ella apareció un tipito, medio rechoncho, calvo y con lentes. En el delantal ostentaba el nombre de "Roberto Pariccio"; por suerte no decía nada de huevos.
- Doctor- dije casi sin aliento- vengo de parte de mario...
Pero una mano cancerosa y atrevida confundió su recorrido en mi hombro.
- flaco...noo, flaco....nooo... flaco, noooo...hace tres horas que estoy flaco noooo, flaco nooooo
Pensé en matarlo pero me detuve. De seguro se complotarían los demás viejos. Los viejos siempre se ponen del lado de los viejos aunque no tengan razón. En cierta forma, los viejos nunca tienen razón, allí radica el porqué de su complot.
- no se preocupe (hombre asqueroso), pase, no voy a quitarle nada. Doctor, lo espero acá...
- si si, esperemé un segundito que ya estoy con usted.
Nuevamente las cosas empezaban a tomar un curso un poco más ameno. El dolor seguía, pero en un instante sabría la verdad. Aunque...y es en ese momento que mi cabeza comienza a crear las situaciones más nefastas, en las cuales casi siempre soy la víctima, y sin embargo, o casualidad, siempre termino siéndolo. Entonces comenzé a imaginarme las mil maneras en las cuales aquel rechonchito, miope y calvo doctor de huevos me tocaría indecentemente por el tiempo que consideré necesario y en lo muy gay que parecería esa situación. Lo que si, nunca pude llegar a considerar que la situación finalmente sería mucho peor de lo que pude imaginarme en un momento.
- pase...pase- insistió Pariccio al tiempo que no, y repito, no cerraba la puerta del consultorio once. Y los viejos son mirones, y les gusta mirar a ver que tiene el otro porqué de esa forma se sienten más acompañados en su dolor eterno. Así que se quedaron ahí, mirando hacia adentro, ojeando mi destino. Y eso ya no me gustó nada. Detalladamente y en un tono decididamente bajo (para que se diera cuenta lo de la puerta!)le relaté la odisea de mi dolor hueval.
- a ver, vení, recostate en la camilla y bajate los pantalones.
No pude ni mencionar el detalle de la puerta abierta. En un segundo se había convertido en algo totalmente intrascendente al caer en la cuenta de un mal aún mayor. Seguramente aquellos consultorios, y en especial el once, estaban construídos por un ingeniero que poco sabía de la íntimidad y del dolor de huevos. Aquellos consultorios poseían la ingeniosa particularidad de ser unos "sexys consultorios vouyers" ya que un ventanal que ocupaba el 80 porciento de la pared opuesta a la puerta dejaba traslucir todo mi impúdico al pabellón central del Piñeiro por donde los transeúntes tranquilos, médicos, pacientes, enfermeras/o, familiares de pacientes, curas, monjas, policías, gays, heteros, perros, gatas, etc, se deslizaban pasivos al zon de mi desnudo. Y allí estaba yo, en bolas hasta lo más profundo, vejado por la sociedad de lo público, donde todo es de todos, donde mi cuerpo es caca, y caca analizable. Y lo peor de todo, es que nadie miraba, entonces uno entiende que es caca, y se siente tan pelotudamente caca que le cuesta encontrar las razones para volver a ser una persona.
Pero el doctor Pariccio, especialista en huevos, no conforme con mi aplacamiento absoluto siguió y siguió, y tocó, apretó y estranguló. Todo dolió, pero ya no me daba para nada. Y cuando apretó el derecho casi gritando para los viejos dijo..."huevo derecho, perfecto!", y cuando apretó el izquierdo gritando dijo, "huevo izquierdo, perfecto!". Y para el final solo quedó una tierna palmadita de hombros al tiempo que vociferaba solo para mi, y esta vez para que no lo escuche nadie, ningún viejo, no vaya a ser que se desate la envidia generalizada..."mi hombre, usted no tiene nada, es solo un dolor de huevos momentáneo", "gracias por todo, doctor".
Fin.
Si la compran de Hollywood voy a pedir que sean estos actores:
Yo: Jim Carrey
Mi amigo el Doctor: George Clooney
Mi papá: Robert De Niro
La novia de mi papá: Liza Minelli
Mi abuela "la polaca": China Zorrila
El doctor Pariccio: Dany De Vito
Los viejos: extras feos y viejos

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