Thursday, May 19, 2005

 

Federico Valenzuela y su desamor futbolero

Tendría ocho o nueve años cuando descubrió que Dios no solo era de Racing, sino que también era un mediocre. En realidad, siendo de Racing cualquiera podría fácilmente dar por entendido su convergencia en la mediocridad. Y Federico especuló que por su sabiduría decididamente debería ser Dios. Quien otro sino hablaría con palabras tan exactas, tan valientes y desinteresadas?. Él era Dios, sin dudas, y no valía la pena enchastrarse en discusiones. Solitario se encaminó hacia la puerta de salida número 15. El partido no había terminado pero se intuía que el final ya no tendría una opción férrea. Y Él, cómo amante de la resoluciones rápidas e intempestivamente terminantes, prefirió omitir la sensación final del disgusto resolviendo una retirada deshonrosa. Antes, sin embargo, tendría que regalarle al público que con sumo desdén comenzaba a observarlo, una apocalíptica frase final. Después de tanta creación, tantos milagros y vericuetos, estaba solo. Su prominente pelada a medias y su desgarbada figura bohemia, no eran suficientes para cargar contra la irrespetuosidad que llegaba desde los cuatro costados de la platea. "Amargo...no te vayas, amargo". Pero Él solo tenía ojos para el frío cemento del suelo. Federico tuvo ganas de alentarlo, explicarle que su indefensa figura estaba con él. Pero vio cómo su padre disparaba engendros en su contra y no se animó a nada. En algún punto hasta le pareció gracioso. Cuando levantó la vista escondida detrás de los gruesos lentes, la muchedumbre se dispuso en silencio. Y fue entonces recién cuando pudo expresar, resolver en palabras tan simples, lo que todos ya temíamos..."Cuando Racing tiene que ganar...empata". Tan limpio que dejó a todos expuestos... tan frío que limitó el aliento. Era claro, y tan dolorosamente cierto, que las cuestiones se iniciaban en una montruosa forma. Federico Valenzuela recapacitaría años más tarde sobre la capacidad literal de dichas palabras, y despotricaría sobre ellas hasta convertirse en un "sin fe". Porqué lo inusual de su categórico radica en que ni siquiera podría jamás embanderarse en algo. Jamás lograría prenderse de un extremo y proclamar a viva voz que uno es perdedor o ganador. Jamás estimularía esa escencia natural que nos invita a acodarnos contra un polo; rincón que infinitamente se diferencia del neutro. Porqué siempre, aunque desmienta y rehuya a convertirse en aquello que odia, Federico sería de Racing. Y cuando Racing tiene que ganar empata. No pierde...no gana. Empata. Y la mediocridad que desata el resultado es la apariencia con la que convive su descreimiento.


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