Monday, May 09, 2005

 

Federico Valenzuela y la chica de pagos

Se observó detenidamente en el espejo retrovisor del auto y mecánicamente atinó a acomodarse el regordete bigote que, pedante, se estiraba con total conformidad por sobre los labios. Recordó que alguna vez había escuchado a un don nadie declarar con total impunidad, y cual si fuera una máxima intachable, que dicho bigote se correspondía exclusivamente a una persona con ego intermitente. Esto, y a pesar de poseer en su dictamen una alta dosis de veracidad, jamás inquietó a Federico Valenzuela. Se consideraba una persona finamente desquiciada para albergarse solo en un detalle. Él era mucho más intermitente de lo que su bigote podía exhibir; o por lo menos, tenía mucho más bigote para dar en su alma. Abrió la puerta y súbitamente un auto casi se la arranca de las manos en la embestida. "Hijo de puta...si te vuelvo a cruzar te mato". Ingresó en el edificio, propiedad de una de las más importantes librerías del país, y se colocó distraídamente en la fila de "PAGO A PROVEEDORES". Esperaba pacientemente todas las semanas, el mismo día, las mismas horas. Y en la fila, lo mismo...repetidas anécdotas, enfermedades y alegrías. Estaba harto, cansado de la editorial, los libros y los corredores. Al menos tenía el consuelo de la chica de pagos, más conocida entre los "colistas" cómo la morochita. Todavía no se había atrevido a preguntar su nombre. Pero hoy lo iba a hacer; hoy era diferente. A solo dos turnos de llegar a la ventanilla se percató de dos injustas cuestiones. La primera, la morochita no estaba. La segunda, y peor aún, la nueva chica de pagos no era tan novedosa para él. "Melina Casatti...la colorada". Instintivamente bajo la vista antes de que ella lo viera, pero fue tarde. Algo le hacía suponer que ya lo había descubierto. Comenzó a mal decir una y otra vez su suerte. "Cómo puede ser que me la encuentre justo hoy, después de 20 años?...y ahora?...seguro que ya me vio ...colorada insoportable, con esa voz irritante, por qué tenías que cruzarte?. La frase le sonó tranquilamente a una estrofa de Sumo. "Hola", dijo sistemáticamente la Colo con el mismo timbre que recordaba de la primaria. Sonreía tan estúpidamente cómo en la foto de viaje de egresados a La Falda. "Editorial La Meca", señaló cortante Federico. "Creo que te conozco, vos no sos Federico?...Federico...no me acuerdo el apellido...de la primaria Moreno". Federico tuvo que contenerse y morderse la lengua para no estrangularla y gritarle al mismo tiempo. "Valenzuela, retardada!!!...Valenzuela!!!, colorada inútil...estabas enamorada de mi, idiota!". Así que no solo se la encontraba, sino que ni siquiera recordaba su nombre completo. "No,", prefirió terminante Federico, "me llamo Martín. Creo que me confundiste”. Se escuchó a si mismo tan imbécil que seguramente ya se había sonrojado. "uuuuy, perdón...es que sos tan parecido...obvio que sin el bigote, jeje...te juro, sos igual. Bueno, parece que hoy no voy a poder decir que el mundo es un pañuelo", resolvió jocosamente Melina, "Lamentablemente", respondió Federico.
Corte.
Decide otro estado, por otra aventura.
Se observó detenidamente en el espejo retrovisor del auto y mecánicamente atinó a acomodarse el regordete bigote que, pedante, se estiraba con total conformidad por sobre los labios. Abrió la puerta y súbitamente un auto casi se la arranca de las manos en la embestida. “Que raro que no me halla pegado…si te cruzo de nuevo espero que no falles”. Ingresó en el edificio, propiedad de una de las más importantes librerías del país, y se colocó distraídamente en la fila de "PAGO A PROVEEDORES". Desplomado, sentía desfallecer en pesadez. Una honda depresión sublevaba su interior; la batalla comenzaba a parecer perdida. Al menos tenía el consuelo de la chica de pagos, más conocida entre los "colistas" cómo la morochita. Todavía no se había atrevido a preguntar su nombre. Pero lo iba a hacer. Hoy, en algún punto, se presentaba con una valentía poco frecuente. “Perdido por perdido”, dirán. Pero no le importaba, después del repentino abandono de Julieta, poco le importaba. Y ahora era cómo un animal herido en su estima. Era capaz de todo y nada a la vez. A solo dos turnos de llegar a la ventanilla se percató de dos injustas cuestiones. La primera, la morochita no estaba. La segunda, y peor aún, la nueva chica de pagos no era tan novedosa para él. "Melina Casatti...la colorada". Intentó desviar rápidamente la vista cuando percibió que la Colo lo había descubierto. “Y ahora?...que le digo?....ya me vio, obvio que me vio y me reconoció…cómo me voy a cruzar con esta piba justo hoy…después de 20 años, mi noviecita de la primaria, la de la voz chillona”. La frase le sonó tranquilamente a una estrofa de tango barato. "Hola", dijo sistemáticamente la Colo con el mismo timbre que recordaba de la primaria. Sonreía tan graciosamente cómo en la foto de viaje de egresados a La Falda. A Federico lo inundó la nostalgia. "Editorial La Meca", señaló impaciente, esperando que finalmente la Colo se dignase a reconocerlo. Sin embargo, ella parecía más concentrada en las órdenes de pago que en el increíble y maravilloso encuentro que los unía. Federico no se aguanto más, si ella no iba a destrabar la situación debería, por una vez en la vida, ponerse los pantalones. "Creo que te conozco, vos no sos Melina?...Melina...de la primaria Moreno". “No,” asestó fríamente Melina, “me llamo Cintia. Creo que me confundiste”, y jocosamente agregó, "Parece que hoy no vas a poder decir que el mundo es un pañuelo", "Lamentablemente", respondió Federico. Pero el mundo si es un pañuelo; un pañuelo sucio.
Corte.


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