Wednesday, April 20, 2005
Los completos de siempre
Las estadísticas más confiables señalan que hay un completo cada 10.000 personas. Uno no puede elegir, pero cuando está en la fila antes de salir a la vida, puede rezar para serlo. Muchos de los 10.000 desdichados, inconformes con la elección, optan por ser un incompleto camuflado, engañando con su “completividad” relativa. Entonces, solo un completo puede desenmascarar hábilmente a un incompleto camuflado, mientras que los incompletos conformistas limitan su existencia a tropezar una y otra vez con el mismo objetivo que alguna vez ya creían cumplido. Esto vulgarmente suele llamarse “el deyabú del incompleto conformista”, quien hastiado, casi siempre replica al cielo... “pero cómo puede ser, cómo que no sentís lo mismo?... te juro...yo te amo...nos amábamos”. Y no hace falta jurar, señor incompleto, todos sabemos que se amaban. Pero usted es un incompleto, y en el mundo hay lugar de sobra para gente de su estirpe. El completo avasalla por su arrogancia. Come de la putrefacta carne del incompleto para transformarla en un sabroso chivito Uruguayo. Todo le sale bien. Y si por alguna razón algo llegara a complicar su camino, de seguro, no tengan la menor duda de que al final todo desembocará felizmente. Solo ellos pueden abrigarse en la trillada frase “no hay mal que por bien no venga”. Al resto, cual súbditos del destino, solo les queda supeditarse al “no hay mal que por uno peor no venga”. Algunos envidian y hasta odian a los completos. Otros prefieren ignorarlos, cansados de reflejar una lastimosa imagen. Yo prefiero admirar su dicha; su estruendosa avidez. De todas formas, difícil es no advertirla.
Cuando tenía once años conocí a un completo. Su nombre era Duilio, Dios de la colonia, hijo de Zeus y Hera. Cuenta la leyenda que fue expulsado del Olimpo por intentar robar un sagrado caramelo media hora de su padre. Expulsado y desterrado a la tierra, su misión consistía entonces en recolectar la mayor cantidad de caramelos posibles, intentando mediante esta actitud, redimirse con un tributo a su progenitor. Muy común era sorprender a Duilio exigiendo caramelos a todo pequeño mortal que tropezara en su camino. Pocos podían enfrentarlo, sus brazos fuertes cómo robles estrujaban sin ningún miramiento los débiles huesos de un humano. Pero no solo destacaba por su fuerza extraordinaria, enseñanzas de su tía Artemis la cazadora, también digno era de admirar su notable belleza. Esbelto cual gacela esbelta, su figura asemejaba en hermosura a la de París. Sus ojos centelleantes, nadadores profesionales del mar verde que los contenía, y...sus delicados labios, cómo olvidarlos, antónimos de cualquier palabra abrupta que escapara de su garganta. Duilio era un completo porqué así lo quisieron los Dioses. Y él nunca detuvose a pensar en ello. Una vez jugábamos el campeonato de penales. Duilio era arquero, y después de su decimosexto trofeo en dos años, debía definir con Axel quien se quedaría con el siguiente. La cuestión era que diez chicos pateábamos un penal cada uno, el que atajaba más, ganaba. Creo, sin lugar a dudas, debo atribuirle a mi incompletividad el tener que definir el asunto luego de haberme hecho amigo de Duilio (mi objetivo de vida en ese momento) dos días antes del suceso. Cómo antes mencionaba... “no puede ser...ya lo había conseguido...”. Tropezar una y otra vez con objetivos que ya creíamos cumplidos. El primer penal me tocó pateárselo a él. Por un momento pensé en arriesgar alguna señal que le diera un indicio del lugar donde iba a pegarle, pero me deshice de la idea instantáneamente. Jamás Duilio desde su completividad hubiese permitido semejante artificio. Además, en que estaba pensando?...intervenir el destino de un completo?. Era una locura. Es harto conocido que las cosas definitivamente, y a pesar de todo, siempre se sucederían a su favor. Le di bastante bien, esquinado y abajo. Pero Duilio era demasiado, con una simple estirada atenazó la pelota. “Bueeeeeena Duilio!!!!...Duilio!!!, Duilio!!!, Duilio!!!”, vitoreó exaltadamente el coro de incompletos. Y yo tuve ganas, pero mi profesionalismo con la causa “campeonato de penales” no me lo permitió. Y ahora me tocaba Axel, quien tímidamente, cabizbajo, comenzaba a acercarse al arco. “Dale eh, no pifiés”, alentó Duilio. Y la responsabilidad me atormentó. “No puedo ponerme así”, pensé... “dale...es un completo...va a salir todo bien”. Cuando le pegué lo primero que sentí en el pie fue la tierra. Después, pude darme cuenta que en la aparatosa acción también le había dado a la pelota. Sin embargo, ofendida y enojada con semejante burrada, a duras penas se tomó la molestia de llegar al arco. Axel la tomó incrédulo. “Bien flaco!...”, se escuchó gritar a un adulto desde muy lejos...muy lejos. En el lugar, todo era silencio. “Y ahora que hacemos?”, preguntó Duilio al profesor y Juez de campeonato que pasivamente miraba cómo dos perros jugaban detrás del arco contrario. “Que?” ensayó abstraído el Juez, al tiempo que giraba sobre si mismo para mirar cara a cara a Duilio... “el penal Fabricio, que hacemos?”, insistió.... “Ahhh, si...el penal...si...no lo vi, patealo de nuevo”, “Bieeeeeeen!!!!!” explotaron todos al unísono, y la cara de Axel lo dijo todo. La misma expresión que muy dentro conocíamos a la perfección, la del eterno retorno del objetivo cumplido. La que delata el desdichoso pasar del incompleto. Acomodé nuevamente la pelota y miré fijamente a Axel. Esta vez sentí que era imposible que ese penal no terminara dentro del arco. Todos lo sentimos, incluyendo a Axel. Lo tiré a una punta, arriba, pero no hizo falta tanto esfuerzo. Axel no se movió del medio, ni siquiera atinó a realizar algún movimiento. “Gooooooooooollll!!!...dale campeooooon dale campeooooon!!”. Los abrazos a Duilio se multiplicaron mientras comenzaba la eterna vuelta olímpica. Solitario, Axel se situó detrás del arco observando cada movimiento del malón. Pensé en consolarlo, pero no supe por donde empezar. Había tanta injusticia en el ambiente que creí mejor festejarla con el resto. Además, que el escueto aporte de un híbrido haya favorecido a la realización de una acción con fin positivo de un completo me estimulaba. Me mostraba cómo un incompleto camuflado.
Cuando tenía once años conocí a un completo. Su nombre era Duilio, Dios de la colonia, hijo de Zeus y Hera. Cuenta la leyenda que fue expulsado del Olimpo por intentar robar un sagrado caramelo media hora de su padre. Expulsado y desterrado a la tierra, su misión consistía entonces en recolectar la mayor cantidad de caramelos posibles, intentando mediante esta actitud, redimirse con un tributo a su progenitor. Muy común era sorprender a Duilio exigiendo caramelos a todo pequeño mortal que tropezara en su camino. Pocos podían enfrentarlo, sus brazos fuertes cómo robles estrujaban sin ningún miramiento los débiles huesos de un humano. Pero no solo destacaba por su fuerza extraordinaria, enseñanzas de su tía Artemis la cazadora, también digno era de admirar su notable belleza. Esbelto cual gacela esbelta, su figura asemejaba en hermosura a la de París. Sus ojos centelleantes, nadadores profesionales del mar verde que los contenía, y...sus delicados labios, cómo olvidarlos, antónimos de cualquier palabra abrupta que escapara de su garganta. Duilio era un completo porqué así lo quisieron los Dioses. Y él nunca detuvose a pensar en ello. Una vez jugábamos el campeonato de penales. Duilio era arquero, y después de su decimosexto trofeo en dos años, debía definir con Axel quien se quedaría con el siguiente. La cuestión era que diez chicos pateábamos un penal cada uno, el que atajaba más, ganaba. Creo, sin lugar a dudas, debo atribuirle a mi incompletividad el tener que definir el asunto luego de haberme hecho amigo de Duilio (mi objetivo de vida en ese momento) dos días antes del suceso. Cómo antes mencionaba... “no puede ser...ya lo había conseguido...”. Tropezar una y otra vez con objetivos que ya creíamos cumplidos. El primer penal me tocó pateárselo a él. Por un momento pensé en arriesgar alguna señal que le diera un indicio del lugar donde iba a pegarle, pero me deshice de la idea instantáneamente. Jamás Duilio desde su completividad hubiese permitido semejante artificio. Además, en que estaba pensando?...intervenir el destino de un completo?. Era una locura. Es harto conocido que las cosas definitivamente, y a pesar de todo, siempre se sucederían a su favor. Le di bastante bien, esquinado y abajo. Pero Duilio era demasiado, con una simple estirada atenazó la pelota. “Bueeeeeena Duilio!!!!...Duilio!!!, Duilio!!!, Duilio!!!”, vitoreó exaltadamente el coro de incompletos. Y yo tuve ganas, pero mi profesionalismo con la causa “campeonato de penales” no me lo permitió. Y ahora me tocaba Axel, quien tímidamente, cabizbajo, comenzaba a acercarse al arco. “Dale eh, no pifiés”, alentó Duilio. Y la responsabilidad me atormentó. “No puedo ponerme así”, pensé... “dale...es un completo...va a salir todo bien”. Cuando le pegué lo primero que sentí en el pie fue la tierra. Después, pude darme cuenta que en la aparatosa acción también le había dado a la pelota. Sin embargo, ofendida y enojada con semejante burrada, a duras penas se tomó la molestia de llegar al arco. Axel la tomó incrédulo. “Bien flaco!...”, se escuchó gritar a un adulto desde muy lejos...muy lejos. En el lugar, todo era silencio. “Y ahora que hacemos?”, preguntó Duilio al profesor y Juez de campeonato que pasivamente miraba cómo dos perros jugaban detrás del arco contrario. “Que?” ensayó abstraído el Juez, al tiempo que giraba sobre si mismo para mirar cara a cara a Duilio... “el penal Fabricio, que hacemos?”, insistió.... “Ahhh, si...el penal...si...no lo vi, patealo de nuevo”, “Bieeeeeeen!!!!!” explotaron todos al unísono, y la cara de Axel lo dijo todo. La misma expresión que muy dentro conocíamos a la perfección, la del eterno retorno del objetivo cumplido. La que delata el desdichoso pasar del incompleto. Acomodé nuevamente la pelota y miré fijamente a Axel. Esta vez sentí que era imposible que ese penal no terminara dentro del arco. Todos lo sentimos, incluyendo a Axel. Lo tiré a una punta, arriba, pero no hizo falta tanto esfuerzo. Axel no se movió del medio, ni siquiera atinó a realizar algún movimiento. “Gooooooooooollll!!!...dale campeooooon dale campeooooon!!”. Los abrazos a Duilio se multiplicaron mientras comenzaba la eterna vuelta olímpica. Solitario, Axel se situó detrás del arco observando cada movimiento del malón. Pensé en consolarlo, pero no supe por donde empezar. Había tanta injusticia en el ambiente que creí mejor festejarla con el resto. Además, que el escueto aporte de un híbrido haya favorecido a la realización de una acción con fin positivo de un completo me estimulaba. Me mostraba cómo un incompleto camuflado.