Thursday, March 10, 2005

 

Avaricia

Yo no apostaría al idealista. Ni siquiera despilfarraría unas monedas en él. El idealista es esclavo de sus ideas, sucumbe ante ellas. Se convierte en un ser torpe, pesado, falto de toda agilidad y soltura, impregnado en un esencia maloliente y caduca. Un mármol viviente. El ideal lo encapsula en la teoría, lo engaña y lo engendra nuevamente manteniéndolo en un desarrollo medido, austero, limitando su existencia a un capricho. El ideal ególatra, entonces, principio y fin en si mismo, transformado en una nube asfixiante para un ensombrecido individuo, exige cada vez más y devuelve cada vez menos. Por mi parte, yo prefiero a los que hacen el amor en los cementerios. Por eso le voy al contradictorio, es instintivo. Tiendo a confiar más en el que se contradice que en el idealista. Descarto, es más humano el contradictorio, el que hoy dice blanco y mañana negro, porqué en ese defecto radica la liviandad, la libertad. Es esa ingenuidad y desfachatez la que puede contra cualquier reclamo, reparo o duda. Es ese, el vuelo de un águila que con su intento desinteresado, difícilmente pueda ser alcanzada o igualada. El ser es sumamente caótico para una verdad uniforme, para una perfección pre-diseñada. Difícil es, sin embargo, rendirse ante la tentación de aparecerse irresoluto...en muchos lugares, de hecho, esta muy mal visto.
En una fábrica perdida en la inmediaciones de Chacarita, cohabitan dos especimenes en extremo particulares. La mayoría puede asegurar que son conocidos en el ambiente cómo Raúl “el bueno” Molina y Francisco “halagador de bondades” Tarico. Comentan los arriesgados que “el bueno” Molina gusta llamarse a si mismo una persona dadivosa. Y logró hacer de su generosidad un arte inimitable. Cómo su escueta sensibilidad no le permite ir por la vida regalando asombros, se hizo de un compañero, que cual secuaz del bien, festeja desopilante toda su filantropía. Entonces, es muy común que si “el bueno” decide entregar algo, instantáneamente lo sorprenderá el “halagador de bondades”, que cómo un fantasma detrás, le indicará minuciosamente la bondad que “el bueno” acaba de adjudicarle. “Te salvé negro...le dije al jefe que la cagada la hice yo”, confiere “el bueno” a su víctima...acto seguido, “que hijo de p... cómo te salvó este!”, el “halagador de bondades” se hace presente para testificar la bondad magnánima, para aclarar, sin ataduras, que ha sido escogido beneficiario de un suceso único...y que sin lugar a dudas desde ese mismo instante quedará ligado a “el bueno” para siempre. Ya no podrá jamás siquiera dudar que “el bueno” está por encima de todo y de todos, porqué ha sido rociado infinitamente por la santidad de su milagroso dedo. Sin embargo, “el bueno” Molina tiene un costado oscuro que “el halagador de bondades” Tarico no imagina ni en su peor pesadilla. Es muy común que, cuando “el bueno” logra escaparle...cuando por un momento puede desligarse de esa relación ya casi enfermiza, entonces saque a flote su cordialidad más reservada...misteriosa, casi diría exotérica. Se escabulle sigiloso en los suburbios, esperando que la oportunidad se desprenda, y cuando esta es atrapada desprevenida, la acecha cómo un animal carroñero.“María...querés milanesa napolitana?, ofrece a una compañera. “Si!...a ver...”, “bueno...pero tenés que comer de mi tenedor...”. “Julio...querés que te ayude con el mantenimiento?”... “Si!...a ver”, “bueno...pero me tenés que mostrar las fotos de tu familia...”. La gente contrariada, en general deshecha toda posibilidad de rendirse ante sus exigencias, desconfiando del lúgubre enigma. Entonces, dañado en lo más profundo de su indulgencia, “el bueno” suele refugiarse bajo el ala de el “halagador de bondades”, que feliz de encontrarlo nuevamente pregunta... “Que hace Raúl??...donde estabas, que hacías?, “Mendigando!, Francisco, que voy a estar haciendo?. Y estallan en risas.


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