Monday, January 17, 2005
Un abandono y dos recuerdos
Hoy decidí decirle no a la kinesiología. Lo venía conspirando hace tiempo. Le di la última oportunidad y no la aprovechó...eso que con Omar el kinesio gay las tenía de ganar. Los gays saben cómo tratar a un hombre, cómo hacerlo sentir bien hetero...no como las mujeres. Ellas quieren chafarte la virilidad, se sienten bien compitiendo. Quizás las damas puedan decir lo mismo con las lesbianas, pero es un tema que no me compete.
Y...el otro día fui a un asado en la casa de mi tía abuela. Una reunión familiar standar en la que conocía solo a la mitad de los comensales. "Cómo no te vas acordár de mi?...soy tu bis tío segundo Eugenio...una vez tiraste un tejo conmigo en Punta Arenas!". No Eugenito, viejo alicaído, no me acuerdo de vos...y espero que si alguna vez hubo un archivo en mi disco rígido cerebral de ese recuerdo, se halla quemado con una pitada de más marihuanera. No vengo a esta casa por vos, hombre ceñil. Vengo porqué en esta casa hay dos recuerdos que me tientan. No. Tampoco estás vos tía abuela Reginna. Festejas con un asado que te rompiste el brazo y te vi dos veces más que el año pasado porqué tenés Parkinson y te da lo mismo si soy yo o Winni Poo con shorcito de Racing. Decía; vengo porqué dos recuerdos me lo ruegan. Uno, es una cabeza de indio un poco más grande que el tamaño de una pelota de tenis la cual mi fallecido tío abuelo decía que había sido minimizada por los Jíbaros. Una terrible tribu de indios ecuatorianos. Y el otro...la ventana-balcón por la cual mi fallecido tío abuelo saltó. La cabeza de indio calculo que sería algo así cómo ese fetiche evolucionado que tengo con las películas de terror que involucran nenes y muertos que vuelven del más allá para darnos un mensaje. No creo mucho en eso...soy ateo. Pero, loco...que los muertos se queden donde estan y que no jodan. Si tienen el universo para expandir su quintudimensionalidad para que mierda vuelven?. Todo lo que queda acá es terrenal Sr. Muerto, hasta cuando va a seguir arraigado?. La ventana-balcón es otra cosa. Todo aquel de corazón noble que halla posado alguna vez en ella, indefectiblemente debe haber pensado en suicidarse. Es imposible asomarte a ese lugar sin querer saltar. Muchas veces pensé que si finalmente la elección de mi suicidio iba a ser un salto al vacío, no quedaba otra que pedirle permiso a mi tío abuelo. Ese pequeño inconveniente, de hecho, logró persuadirme. Él, por el contrario, no lo necesitó. Apaleado por su depresión continua un día cómo cualquiera se mandó sin avisar. Cayó arriba de un auto al que todavía le estan haciendo chapa y pintura. El dueño salía del trabajo, se acababa de ganar entradas para el partido final de los Globertroters. Pasó tres cuartos del partido en una comisaría y el auto se lo dieron destrozado cinco meses después de las pericias. Mi tío abuelo sobrevivió al primer golpe. Se levantó del capot y le pidió a una vieja atónita que lo subiera de nuevo al departamento. Cuando la ambulancia lo llevaba pidió que lo llevaran a su departamento. En la camilla y rumbo a emergencias pidió que lo llevaran a su departamento. No lo sabía, casi no entendía nada, pero esos tres pedidos inútiles y estrambóticos iban a ser sus últimas palabras. Una costilla rota lo desangraba por adentro.
Cuando estuve en la ventana-balcón me imaginé cien veces cómo se habría tirado. Habrá pasado primero la pierna izquierda o la derecha?. Se habrá quedado un ratito mirando?. Habrá pensado en que lugar iba a caer?. Se sacó los anteojos o se tiró con ellos?. Habrá gritado cuando caía...o sería uno de esos que caen sin gritar?. Miles de preguntas. Y ahí viene Eugenito de nuevo.
Y...el otro día fui a un asado en la casa de mi tía abuela. Una reunión familiar standar en la que conocía solo a la mitad de los comensales. "Cómo no te vas acordár de mi?...soy tu bis tío segundo Eugenio...una vez tiraste un tejo conmigo en Punta Arenas!". No Eugenito, viejo alicaído, no me acuerdo de vos...y espero que si alguna vez hubo un archivo en mi disco rígido cerebral de ese recuerdo, se halla quemado con una pitada de más marihuanera. No vengo a esta casa por vos, hombre ceñil. Vengo porqué en esta casa hay dos recuerdos que me tientan. No. Tampoco estás vos tía abuela Reginna. Festejas con un asado que te rompiste el brazo y te vi dos veces más que el año pasado porqué tenés Parkinson y te da lo mismo si soy yo o Winni Poo con shorcito de Racing. Decía; vengo porqué dos recuerdos me lo ruegan. Uno, es una cabeza de indio un poco más grande que el tamaño de una pelota de tenis la cual mi fallecido tío abuelo decía que había sido minimizada por los Jíbaros. Una terrible tribu de indios ecuatorianos. Y el otro...la ventana-balcón por la cual mi fallecido tío abuelo saltó. La cabeza de indio calculo que sería algo así cómo ese fetiche evolucionado que tengo con las películas de terror que involucran nenes y muertos que vuelven del más allá para darnos un mensaje. No creo mucho en eso...soy ateo. Pero, loco...que los muertos se queden donde estan y que no jodan. Si tienen el universo para expandir su quintudimensionalidad para que mierda vuelven?. Todo lo que queda acá es terrenal Sr. Muerto, hasta cuando va a seguir arraigado?. La ventana-balcón es otra cosa. Todo aquel de corazón noble que halla posado alguna vez en ella, indefectiblemente debe haber pensado en suicidarse. Es imposible asomarte a ese lugar sin querer saltar. Muchas veces pensé que si finalmente la elección de mi suicidio iba a ser un salto al vacío, no quedaba otra que pedirle permiso a mi tío abuelo. Ese pequeño inconveniente, de hecho, logró persuadirme. Él, por el contrario, no lo necesitó. Apaleado por su depresión continua un día cómo cualquiera se mandó sin avisar. Cayó arriba de un auto al que todavía le estan haciendo chapa y pintura. El dueño salía del trabajo, se acababa de ganar entradas para el partido final de los Globertroters. Pasó tres cuartos del partido en una comisaría y el auto se lo dieron destrozado cinco meses después de las pericias. Mi tío abuelo sobrevivió al primer golpe. Se levantó del capot y le pidió a una vieja atónita que lo subiera de nuevo al departamento. Cuando la ambulancia lo llevaba pidió que lo llevaran a su departamento. En la camilla y rumbo a emergencias pidió que lo llevaran a su departamento. No lo sabía, casi no entendía nada, pero esos tres pedidos inútiles y estrambóticos iban a ser sus últimas palabras. Una costilla rota lo desangraba por adentro.
Cuando estuve en la ventana-balcón me imaginé cien veces cómo se habría tirado. Habrá pasado primero la pierna izquierda o la derecha?. Se habrá quedado un ratito mirando?. Habrá pensado en que lugar iba a caer?. Se sacó los anteojos o se tiró con ellos?. Habrá gritado cuando caía...o sería uno de esos que caen sin gritar?. Miles de preguntas. Y ahí viene Eugenito de nuevo.